Cuando hablamos de pecios arqueológicos, nos viene a la mente -incluso a mí- un barco de bonita arboladura depositado en el fondo marino, y en muchas ocasiones, caracterizado por elementos representativos, como cañones, anclas y, según la creencia extendida en el mundo, grandes cargamentos de metales preciosos. Aunque los primeros elementos mencionados son inherentes a barcos de porte considerable de la Edad Moderna, los cargamentos metales preciosos o semipreciosos no se hallan en casi ningún pecio; lo poco que se encuentra pertenece a las alcancías que cada hombre de mar llevaba encima o algún ahorro de los pasajeros.
Para abordar este caso específico, de conservación excepcional -dejando claro de antemano que casi nunca se conserva nada orgánico de la obra muerta de las embarcaciones, esta vez bajo el agua, quedando su obra viva bajo el lodo-, nos desplazamos a la Bahía de Cádiz, donde, en los trabajos de prospección arqueológica subacuática (búsqueda sistemática) previos a la construcción de la explanada de la nueva terminal de contenedores del puerto, se encontraron tres pecios arqueológicos, conocidos como Delta I, Delta II y Delta III. Nos centraremos en el pecio Delta II y en los trabajos de Milagros Alzaga, directora del Centro de Arqueología Subacuática, vinculado al Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, cuyos interesantísimos resultados permiten conocer mejor los restos del barco genovés ‘San Giorgio e Sant’Elmo Buonaventura,’ hundido en el puerto durante el ataque de la flota de Francis Drake en 1587.
El Pecio Delta II […] se corresponde con los restos de un navío que conservaba aproximadamente 30 metros de eslora y 7 metros de manga […] Un barco mercante cuya construcción naval parece corresponderse con un sistema de tradición mediterránea y que se encontraría fondeado en el puerto de Cádiz, cargando mercancía diversa -la mayoría procedente de América- y descargando otra específica por mandato del Rey Felipe II, es decir, llevando a cabo una acción de Estado. (Extracto de la tesis doctoral de Milagros Alzaga).
Desgranando algunos aspectos de la tesis, destaca el hallazgo de cinco cañones de bronce y una bombarda de hierro, concrecionadas en un solo bloque, y el particular hallazgo de un cráneo humano, lamentablemente estropeado por la acción de la draga en los trabajos de adecuación del entorno para la obra litoral. Y es que, como a menudo comento, los pecios arqueológicos no son cofres de tesoros de monedas, y las cajas con caudales eran la menor de las cargas. Los pecios a menudo son tumbas de personas que murieron en batallas o ahogadas por el aciago destino por el que sucumbió una embarcación. Todos los puertos contienen en sus sedimentos, de una forma u otra, restos humanos, y eso es algo a tener muy en cuenta.
Y sobre este pecio, tal y como ocurre en la mayoría de casos de barcos hundidos en la cualquier época, gran parte del valor patrimonial del conjunto, reside en los recipientes cerámicos y en los objetos de a bordo que plasman en una cápsula del tiempo el trasiego de la vida cotidiana de un bajel. Pero, sobre todo, un hito importantísimo en el estudio, es la conservación de grana cochinilla y su tinte dentro de barriles conservados en el lodo durante más de 400 años. No habrá oro, plata ni joyas, pero creo que vincular nuestro conocimiento y emociones con la vida de nuestros marinos y navegantes, y aprender científicamente de ella, es mayor tesoro que el escaso valor nominal real de las monedas que pudiera llevar un barco.
Alberto García Montes de Oca